Una radiografía de los nuevos antifeminismos en la esfera digital por Jordi Bonet
Hoy, desde SeGReVUni queremos compartir con vosotras el último artículo de divulgación que nuestro compañero Jordi Bonet ha publicado esta misma semana. Como ya sabéis todas aquellas que nos seguís, consideramos que la epistemología y la metodología feministas implican un compromiso necesario con la construcción colectiva del conocimiento pero, sobre todo, con el compartir ese conocimiento de manera abierta, libre y accesible a todo el mundo. Es por ello que consideramos que la publicación de artículos de divulgación es necesaria dentro de un proyecto académico. Haciendo llegar así nuestras reflexiones a un público mucho más amplio y plural.
El pasado lunes 21, nuestro compañero Jordi Bonet publicó su artículo «Una radiografía de los nuevos antifeminismos en la esfera digital» en la web de Sobiranies.
A continuación, reproducimos el artículo completo en su versión en castellano. Además, este es el link a la versión en Catalán.
Seguimos!
Una radiografía de los nuevos antifeminismos en la esfera digital
Profesor de sociología
21/02/2022
A menudo, cuando nos referimos al antifeminismo, tendemos a imaginarnos a los grupos antiabortistas que rezan el rosario frente a las clínicas donde se practica la interrupción voluntaria del embarazo, a los lobbies integristas que organizan autobuses tránsfobos para hacer bandera de su pedagogía del odio o a los jueces que dictan sentencias judiciales abyectas que minimizan los crímenes sexuales y niegan las violencias machistas.
Se trata de un antifeminismo conservador, que aglutina a los sectores más reaccionarios de la iglesia católica y se articula en torno a entidades como Hazte Oír y cuya función no es otra que la de ejercer como grupos de presión ante los partidos políticos de derecha y extrema derecha, así como, especialmente, del poder judicial. Con todo, y a pesar del eco mediático que tienen sus acciones, la capacidad de dichos agentes para bloquear los avances conseguidos por el movimiento feminista se ha demostrado limitada tal como evidencian su fracaso para modificar la ley del aborto o para derogar el reconocimiento del matrimonio igualitario durante los últimos gobiernos del Partido Popular. En este sentido, el antifeminismo conservador no deja de ser un movimiento intempestivo que se sitúa lejos de los procesos de cambio del sistema de valores en Catalunya y España, hecho que no significa que no puedan dañar gravemente los procesos democratizadores existentes, especialmente en el caso de que la extrema derecha acceda a responsabilidades de gobierno.
Sin embargo, existen otros antifeminismos dentro de nuestra sociedad que a pesar de no haber despertado interés mediático han experimentado un fuerte crecimiento dentro de la esfera digital. Estos nuevos feminismos ya no se caracterizan por una defensa a ultranza de los valores tradicionales, sino que se alinean con los marcos discursivos emergentes de las nuevas derechas populistas (la incorrección política, la batalla cultural, el libertarismo económico y el nativismo). En poco tiempo han sabido construir una base social digital compacta, formada por influencers e internautas que se organizan en diferentes foros y comunidades digitales donde el debate ya no se centra en el aborto o la homosexualidad sino en alfas, betas, charos, wokes, píldoras rojas y cancelaciones. Se trata de un cambio de registro que convierte este discurso en atractivo para las nuevas generaciones y que ha demostrado una gran capacidad para viralizar sus contenidos (memes, vídeos, conceptos…) a través de las redes. Su estrategia es claramente ofensiva, se orienta sobre todo a minar la credibilidad del discurso feminista, a la vez que señala activistas feministas presentes en la esfera digital, impulsando y coordinando ataques grupales contra ellas, así como contra otras mujeres y minorías sexuales y/o racializadas. Por este motivo, podemos caracterizar el antifeminismo como un discurso de odio en tanto que defiende, promueve y justifica el odio, la violencia o la discriminación contra una persona o colectivo de personas por diferentes razones.
En un estudio reciente impulsado por Calala y elaborado por Mar Bienemelis, Glòria García Romeral y Diana Monera de la Universidad de Vic, Diagnóstico sobre las violencias de género contra activistas feministas en el ámbito digital, se evidencia como estos discursos a menudo amparan, legitiman y activan formas de violencia a través de prácticas como el doxing (la difusión no autorizada de datos personales), los insultos y las amenazas digitales, el ciberacoso, el mainsplaining o el sealioning (la pretensión de falta ignorancia a través de preguntas repetidas que tienen como único objetivo minar la credibilidad de la mujer atacada). A estas formas de violencia se suman, además, otras de mayor sofisticación como son los ataques por la denegación del servicio contra páginas feministas, el acceso no autorizado a cuentas o la suplantación de la identidad.
De este modo, el antifeminismo no representa solamente una amenaza discursiva a los procesos democratizadores en curso, sino que suponen una amenaza a la integridad y a la seguridad de las mujeres que pueden llegar a amparar acciones violentas hasta casos extremos como el feminicidio, tal como tristemente nos recuerda la masacre acontecida en el Poltécnico de Montreal. El objetivo de este artículo es entender quiénes son y como se organizan los nuevos antifeminismos digitales y de qué estrategias de denuncia, autodefensa y protección podemos dotarnos para hacerles frente, reducir de esta manera el daño que están causando al convertir la esfera digital en un espacio cada vez más inhóspito no solamente para las feministas, sino también para el conjunto de mujeres y otros colectivos socialmente minorizados.
Viejos y nuevos antifeminismos
Históricamente, el antifeminismo ha constituido un contramovimento de reacción a las demandas y adelantos impulsados desde el movimiento feminista para lograr una plena equidad de derechos y un reconocimiento de la diversidad sexual, que se organiza y actúa por oposición en un movimiento social existente convirtiéndose en un reverso especular. De este modo, observamos como ante cada oleada feminista se ha generado una contra-oleada para hacerle frente. Así, en oposición al movimiento sufragista surgieron las ligas antisufragistas formadas por mujeres contrarias al sufragio femenino; frente al reconocimiento de los derechos sexuales y reproductivos, aparecieron los movimientos anti-elección de base cristiana y ante las demandas de igualdad de derecho y oportunidades se formaron grupos defensores de los roles de género tradicionales, como el movimiento STOP-ERA (Equal Rights Amendment) que bloqueó la posibilidad de que la igualdad de derechos obtuviera reconocimiento constitucional en los Estados Unidos.
Hablar de movimiento antifeminista no es referirse solo a la reproducción de discursos machistas y misóginos, todavía muy presentes en nuestra sociedad, es hablar sobre todo de aquellas formas de acción colectiva que disponen de cierto grado de organización y capacidad de movilizar recursos, así como de establecer unos objetivos y una agenda política determinada. En la mayoría de los casos, se trata de movimientos mixtos que pueden contar con el eventual liderazgo de figuras femeninas que sirven para legitimar sus demandas ante la opinión pública. Tal fue el caso de la escritora Humphry Ward por el movimiento antisufragista o del activista Phyllis Schalfly por el movimiento anti-ERA. Sin embargo, veremos como estas características ya no son del todo válidas por el antifeminismo digital.
En primer lugar, se trata de un movimiento más descentralizado que sus predecesores, donde los liderazgos organizativos clásicos son sustituidos por liderazgos reputacionales, como los bloggers u otros influencers digitales. Si las contraolas se organizan como reverso de las oleadas, imitando sus formas de organización y acción, los nuevos antifeminismos reproducen el carácter plural y diverso, y las estrategias reticulares que caracteriza los nuevos feminismos.
En segundo lugar, la participación masculina es más visible, llegando en algunos casos a fomentar formas de separatismo masculino, como es el caso de los movimientos masculinistas y cibermisógenos. En este sentido, la distinción entre antifeminismo y misoginia es cada vez más sutil. A pesar de que existen mujeres influencers que se ubican dentro del antifeminismo digital, estas acostumbran a tener menos eco que sus homólogos masculinos. No sucede lo mismo dentro de la esfera política, donde los liderazgos femeninos de los partidos de derecha populista acostumbran a ejercer un rol importante a la hora de emitir discursos antifeministas.
En tercer lugar, se trata de un movimiento extremadamente diverso que mantiene como único nexo de unión la oposición al feminismo, pero que responde a objetivos y a intereses muy diferentes. Por ejemplo, la defensa de la custodia compartida impuesta por parte de los movimientos de padres divorciados que dificulta las situaciones de divorcio y aumenta la desprotección en casos de violencia de género; la exclusión de las mujeres de la esfera digital por parte de los grupos cibermisóginos; la oposición a las leyes contra la violencia de género por parte de los grupos masculinistas y la defensa de la hipersexualitzación de los cuerpos femeninos que practican las comunidades de seducción, así como el rechazo al reconocimiento de los derechos de las minorías sexuales y racialitzadas por parte de los grupos homófobos y/o racistas.
Finalmente, hay que entender los antifeminismos digitales dentro del movimiento de reacción global contra la democracia, las políticas de género, el movimiento feminista, LGTBIQ+ y las personas migrantes, tal como ha recogido el informe Retando el Futuro: co-inspirando transformaciones. Atacas a la democracia en Europa y América Latina coordinado por Diana Granados Soler y Nuria Alabao.
¿Quiénes son los nuevos antifeminismos?
La enorme variedad de los antifeminismos digitales y su carácter dinámico y cambiando hace difícil establecer una taxonomía. Aun así, sin voluntad de exhaustividad, podemos mencionar las siguientes categorías:
Tradicionalistas: agrupan a los defensores de los roles de género y los modelos familiares considerados tradicionales. Dentro de esta categoría, el peso más grande recae en los movimientos de base religiosa, principalmente católica o evangélica, que perciben el feminismo como una amenaza a los modelos familiares patriarcales, y a menudo emplean la denominación “ideología de género” para desacreditar el pensamiento y las demandas feministas y LGTBIQ+. Sus líneas de actuación se centran en la oposición al aborto, la educación sexo-afectiva en las escuelas y al reconocimiento de la diversidad de modelos familiares. Dentro de esta categoría, puede incluirse el llamado movimiento #Trad que defiende el “retorno en la vida doméstica” de las mujeres y su sumisión a los roles de género heteropatriarcal, si bien su presencia es limitada y está centrada, sobre todo, en los países anglosajones.
Masculinistas: son grupos no-mixtos constituidos por hombres que consideran sentirse discriminados por las demandas y adelantos del movimiento feminista en tanto que estas suponen una pérdida de sus privilegios, que ellos conceptualizan como “derechos”. De hecho algunos de estos grupos se autodenominan como defensores de los derechos del hombre. Dentro de ellos podemos destacar los movimientos de padres por la custodia compartida, que se organizan como grupos de apoyo mutuo o de asistencia a los hombres que se consideran afectados y mantienen una estrategia de incidencia dentro del ámbito jurídico, especialmente a través del reconocimiento del falso Síndrome de Alienación Parental y la defensa de la llamada coordinación parental. Otro grupo masculinista creciente son las comunidades de seducción que se organizan en foros de internet, comunidades locales y empresas comerciales en que los autodenominados “gurús de la seducción” organizan cursos donde se enseñan técnicas para clasificar a las mujeres en función del que denominan VMS (Valor en el Mercado Sexual) y asediarlas sexualmente sin su consentimiento, todo desde una supuesta “seducción científica” que no deja de ser un refreído de psicología new wave, técnicas de manipulación y elevadas dosis de misoginia.
Post-feministas: constituido por aquellos grupos que consideran que la igualdad defendida por el movimiento feminista ya se habría logrado dentro de nuestra sociedad, y que la influencia del movimiento feminista es actualmente perniciosa para el conjunto de la sociedad, tanto para los hombres a quienes victimiza como para las mujeres a quienes impone un modelo de emancipación prefabricado. Más que de grupos, se trata de influencers, hombres y mujeres, que generan discurso antifeminista en la red evidenciando un mayor grado de elaboración teórica con referencias a autoras postfeministas norteamericanas como Camille Paglia o Christina Hoff, o autores como Jordan Peterson o Theodor Dalrymple.
Cibermisógenos: se articulan sobre todo en foros de internet y comunidades virtuales. Su objetivo es expulsar a las feministas, o en los casos más extremos, a las mujeres, de la esfera digital constituyendo todos ellos una propia manosfera o internet masculino. Sus formas de acción van desde el troleo de género dirigido contra mujeres y activistas feministas que tiene su origen en la subcultura generada a partir del canal /b del foro 4Chan, analizado por la periodista Angela Nagle en su libro Muerte a los normies, hasta las comunidades InCel (célibes involuntarios) que llegan a propugnar la violencia física, y en determinados casos el asesinato, contra las mujeres a quienes culpan de su miseria sexual.
Aun así, en la práctica, estas divisiones categoriales son borrosas y el carácter fluido de las redes permite que se den constantes interacciones y solapamientos discursivos entre dichas categorías. La mayoría de estos grupos se sienten partícipes de una batalla cultural contra el feminismo, y a pesar de sus diferencias de origen a menudo acaban convergiendo en discursos y acciones. De este modo, en los últimos años, se ha viralizado un nuevo léxico en las redes sociales importado desde la Alt Right y los movimientos neoconservadores norteamericanos y que es popularizado por influencers antifeministas como: cultura woke (para referirse a los movimientos en defensa de los colectivos minorizados como Black Lives Matter), social justice warrior (para ridiculizar a los y las activistas digitales), feminazi (para insultar las activistas feministas), red pill (referencia a la película Matrix, tomar la píldora roja es descubrir la realidad que se nos esconde: que sueño los hombres los que se encuentran en una posición de desventaja y acceder dominada dentro de nuestra sociedad), cancel culture (el hecho de silenciar las voces contrarias al discurso dominante, a menudo identificado con el feminismo)…
La sombra de la extrema-derecha 2.0
Si bien la alianza entre movimientos antifeministas y el pensamiento ultraconservador no es nueva, sí que lo es la centralidad que el nuevo antifeminismo está cogiendo dentro de los discursos de las nuevas derechas radicales representadas por Trump, Bolsonaro y Vox, que igual que los antifeminismos digitales, han sabido actualizar su discurso y adaptar sus prácticas al mundo digital, tal y como describe Steven Forti en su último libro Extrema derecha 2.0. Actualmente, el rechazo a los movimientos de emancipación (feminismo, movimiento LGTBIQ+, movimiento antirracista…) se ha convertido en una de las marcas de identidad de las formaciones de derecha populista; en tanto, consideran que estos movimientos constituyen el sustrato ideológico del que denominan globalismo en contraposición a la soberanía nacional. Tal como apunta la periodista Nuria Alabao en su capítulo del informe De los neocón a los neonazis: la derecha radical en el estado español editado por la Fundación Rosa Luxemburgo, Vox ha situado en el centro de su discurso las llamadas “guerras de género” a fin de impulsar una derechización del cuerpo social.
En su particular visión conspirativa de la realidad, el feminismo no es un movimiento emancipatorio, sino que constituye una estrategia de las élites globales para transformar nuestras subjetividades y acabar con las identidades nacionales. Así mismo, las políticas de igualdad de oportunidades o de acción afirmativa solo servirían para sustentar una red de organizaciones y de instituciones subvencionadas que reproducen el discurso de la corrección política al servicio de las élites globales. Estas teorías de la conspiración se han visto reforzadas en el contexto de la COVID-19, llegando a responsabilizar al movimiento feminista de la extensión de la pandemia en España por la organización de las manifestaciones del 8 de marzo.
En este sentido, no es extraño que los antifeminismos digitales se hayan convertido en un terreno abonado para el reclutamiento y extensión de las nuevas derechas populistas, en tanto que estas representan ante sus ojos, las únicas formaciones que se oponen sin tapujos al pensamiento feminista, a la legislación contra la violencia de género y a las políticas de acción afirmativa. Una de las consecuencias de esta alianza ha sido el fortalecimiento de la interseccionalidad de odios: es decir, la confluencia entre discursos feministas, homófobos y racistas ya sean de forma literal o enmascarados detrás de la llamada incorrección política. De hecho, una de las estrategias de los antifeminismos digitales para dar vía libre al odio es camuflarlo bajo formas de humor negro, de sarcasmo y de ironía. Aun así, como hemos apuntado anteriormente, la frontera que separa dichas estrategias discursivas de la violencia digital es muy fina.
De hecho, como señala el estudio de la Universidad de Vic, es habitual la participación de autodeclarados simpatizantes de las formaciones de derecha populista en los ataques coordinados contra activistas feministas, que tienen por objetivo destruir su reputación en las redes y conseguir su silenciamiento y expulsión de la esfera digital. Así mismo, estos ataques son más encarnizados cuando su objetivo es una activista que comparte el hecho de ser lesbiana, trans o perteneciente a un colectivo racializado.
Las razones del antifeminismo
La primera causa de la aparición de los nuevos antifeminismos es la respuesta al auge experimentado por el movimiento feminista en estos últimos años. Aun así, la teoría de la contra-oleada es condición necesaria, pero no suficiente para explicar la aparición del antifeminismo digital. Para que un contramovimiento cuaje son necesarios tres elementos: un contexto habilitador, un discurso movilizador y una comunidad que se sienta agraviada y que pueda ser receptora de este discurso.
El contexto habilitador viene determinado, por un lado, por el ascenso de las derechas populistas a escala global y, por el otro, de la otra por la aparición de una sociedad digital global, donde la mayoría de nuestras interacciones se encuentran mediadas tecnológicamente, y donde las redes sociales han acontecido una de las principales fuentes de información alternativas a las que ofrecen los medios de comunicación tradicional. En este sentido, la arquitectura de la sociedad digital actual dominada por las grandes plataformas tecnológicas GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft) favorece la aparición de comunidades autorreferenciales a partir del sesgo de confirmación que genera el algoritmo. Así mismo, el fomento de los discursos de odio y polarizadores no solo ha sido impedido por estas plataformas, sino que ahora mismo constituye una parte de su modelo de negocio, a partir de las estrategias de monetización de contenidos y de aumento de interacciones. Además, la esfera digital ha permitido la aparición de nuevas formas de violencia específicamente digitales que no requieren que el agresor esté de cuerpo presente y que pueden desarrollarse durante 24 horas del día, 7 días a la semana.
En referencia al discurso movilizador, este constituye en gran parte un calco de los discursos neoconservadores y del alt-right norteamericano tal como se evidencia en los discursos y contenidos elaborados por los influencers digitales. De hecho, la mayoría de grupos antifeministas reproducen no solo los marcos discursivos sino también el léxico empleado por el antifeminismo norteamericano. En este sentido, no se trata de un discurso original, si bien es lo suficientemente moldeable para adaptarse a la realidad de cada país. Por ejemplo, una de las adaptaciones distintivas del caso español ha sido el negacionismo de la violencia de género, mientras que en los países del este este se ha centrado más en la oposición al movimiento LGTBIQ+.
Finalmente, la comunidad agraviada estaría representada por lo que el sociólogo Michael Kimmel ha denominado “hombres blancos cabreados”, machos que ven amenazada su posición de privilegio social. Así mismo, fenómenos como el aumento de la precariedad, la inseguridad existencial, la carencia de perspectivas de futuro y los sentimientos de angustia generados en el marco de la pandemia de COVID-19 favorecen la necesidad de buscar identidades refugio como la masculinidad. Tal como señala el politólogo Francis Depuis Déri, el discurso sobre la crisis de la masculinidad se ha convertido en la coartada sobre la cual se fundamentan gran parte de los discursos antifeministas y misóginos contemporáneos.
¿Cómo responder al antifeminismo?
Ante esta situación, tenemos que preguntarnos cómo responder a este nuevo fenómeno. Uno de los primeros elementos es seguir generando conocimiento colectivo para analizar y comprender el crecimiento del antifeminismo digital: cómo evoluciona su discurso, sus formas de organización y las nuevas violencias que puede generar. No se trata de entrar en diálogo con el antifeminismo, sino desmontar sus falacias, tal como hace la red antirrumores frente a los discursos racistas. Pero a la vez necesitamos utilizar estrategias de respuesta como el humor, la ironía y la memética para hacerles frente, ser capaces de generar nuevos imaginarios feministas que fusionen elementos de la cultura digital y popular, tal como proponen las compañeras del Poyecto Una en su libro Leia, Rihanna & Trump.
Por otro lado, es necesario desarrollar estrategias de protección y autodefensa para hacer frente a las nuevas violencias digitales contra activistas feministas, lo que implica la necesidad de impulsar medidas legislativas para hacer frente a los discursos de odio y a la violencia digital en las redes, en la línea apuntada en el ámbito catalán por la Ley 11/2014 contra la LTGBIfobia y la Ley 17/2020 del derecho de las mujeres a erradicar la violencia machista, pionera en la inclusión de las violencias digitales y en que las grandes plataformas asuman su responsabilidad en su difusión, pero también instrumentos de capacitación digital y espacios de protección y apoyo mutuo, en que las activistas agredidas puedan apoyarse. Instrumentos como el proyecto FemBloc coordinado por el Fondo de Mujeres Calala para la creación de una línea de apoyo feminista, o el trabajo desarrollado por colectivos como Donestech y la Red de Autodefensa Feminista Online constituyen iniciativas orientadas a dar respuesta a las violencias machistas digitales. Así mismo, dada la capacidad de penetración de los discursos antifeministas entre la población joven, hay que seguir trabajando en la prevención y visibilización de las violencias de género en este colectivo, tal como han desarrollado proyectos como el proyecto Gapwork orientado a la capacitación de profesionales que trabajan con jóvenes, o los dirigidos específicamente en la población universitaria como USVReact y actualmente SeGreVUni liderado por Barbara Biglia, investigadora de la Universitat Rovira i Virgili.
Finalmente, hay que seguir de cerca la amenaza que representa el ascenso de las derechas populistas en el estado español y el efecto que pueda tener su entrada en gobiernos autonómicos, así como la trumpización de los partidos conservadores convencionales. Este hecho puede servir para fortalecer todavía más las dinámicas antifeministas presentes dentro y fuera de la esfera digital, y aumentar las violencias que sufren activistas, mujeres y colectivos racializados. En un contexto en que el antifeminismo y las derechas radicales se encuentran cada vez más imbricadas, la respuesta tiene que ser necesariamente conjunta y con capacidad de apelar a los diferentes agentes sociales comprometidos en la defensa de los derechos fundamentales.